Toca el relato de
nuestro Presidente, Alberto Martínez, fundador de la peña hace ya casi cinco
años y también Presidente de la Agrupación de Peñas Cordobesistas
Ciertamente hay un
momento en esta vida que pone cada cosa en su sitio, que te devuelve aquello
que una vez te quitó y sobre todo que hace justicia con un pasado que era
agridulce para una ciudad, para un equipo, para unas personas y sobretodo para
un sentimiento.
Dos semanas antes
del trascendental partido que llevaría al Córdoba Club de Fútbol a ocupar una plaza
en la mejor liga del mundo revisé mi agenda junto al calendario deportivo y
comprobé que por temas laborales me sería imposible viajar a ningún partido
trascendental para el equipo. Desde la primera final en El Arcángel contra el
Mallorca hasta el supuesto partido de vuelta de la segunda eliminatoria del
playoff los tenía ocupados y tal y como está la situación económica no podía
rechazar ninguno de los compromisos de trabajo que tenía pendientes y
acordados. “Este año subimos” pensé y así lo dejé escrito en las redes
sociales. “No voy a poder estar en Córdoba para celebrar el ascenso”.Partido
tras partido mi premonición, por no llamarla maldición, se fue cumpliendo y eso
me dejaba un mal sabor amargo en la boca porque quería estar allí, vivir el
momento como ya había hecho anteriormente con otros ascensos, quería estar en
Las Tendillas, pero no podía ser.
El el día decisivo,
me desperté tranquilo. Celebraba con la familia el cumpleaños de mi sobrino y
sabía que íbamos a ganar. El día que su hermano cumplía la misma edad ganamos
la primera Eurocopa con la selección, eso marca una fecha en el recuerdo para
que nunca se te olvide. Sabía que ese nuevo cumpleaños me daría otro buen
recuerdo que almacenar. Nada más terminar la comida familiar y desatendiendo
los súplicas de quedarme a ver el partido con ellos volé al punto de reunión de
la peña, quería, necesitaba, ver el partido rodeado de los míos, de aquellos
que sufrían igual que yo con cada jugada, de esos locos que un día decidimos
montar la primera peña cordobesista fuera de la provincia de Córdoba.
Aunque no creo en la
suerte, fui el único que se dio cuenta de que la bandera que siempre ondea en
la sala donde vemos los partidos estaba colocada al revés y así se lo hice
saber a quien la colocó. “Eso nos va dar suerte” le dije. Y así fue. Llámalo
destino, llámalo fortuna o simplemente justicia divina, el caso es que
estábamos en primera tras cuarenta y dos años sufriendo en los más variopintos
estadios de la geografía española. Nada más sonar el pitido final me abracé a
quien tenía más cerca, la cara de incredulidad de Javi seguro que era un fiel reflejo
de la mía. Uno tras otro los socios de Sangre Blanquiverde nos fundíamos en un
sentido abrazo que culminó cuando mi mujer me puso llorosa a mi hijo Álvaro en
mis brazos. Él, a sus dos años y medio, sonriendo y gritando gol sin saber muy
bien por qué y yo a mis treinta y tantos llorando como el niño que una vez fui;
y siempre recordando el día que nació y le di su primer carné del Córdoba
siendo cordobesista antes que inscrito en el registro civil.
Luego llegó la
locura. Más abrazos (Lorenzo, Isra, Miguel, Pedro, Luisma, etc) , más de mil
mensajes (y no es una exageración) y un número incontable de llamadas
recibidas. La más esperadas la de mis padres, la deJavi, Consuelo y Alex desde
Córdoba y sobretodo la de mi hermana y mi sobrino a quien estoy convirtiendo
poco a poco en otro sufridor blanquiverde. Sólo cuando todo el mundo fue
abandonando el local, y me quedé solo pude sentarme y darme cuenta de todo lo
que estaba pasando y aceptar dónde estábamos y lo que se había conseguido.
Entonces hice la única llamada de aquel día.
Mi tío Edmundo fue
la persona que me llevó al viejo Arcángel desde pequeño, quien me dijo que no
pasaba nada cuando bajamos a tercera y con quien más celebré los posteriores
ascensos. Recordé como tuvo que dejar de ir al estadio por problemas de salud,
el corazón no podía soportar tanta tensión en el estadio y los médicos le
recomendaron dejar de seguir al equipo cuando su carné de abonado ya bajaba de
entre los veinticinco primeros. Recordé como le contaba las historiascordobesista
de la familia, de cómo mi abuelo ya seguía al Racing de Córdoba y de cómo su
primo, mi tío, llevó en Huelva en hombros a los jugadores en el ascenso del 62.
Y sobre todo recordé todos esos momentos compartidos por la pasión
blanquiverde. Os podría contar una bella historia sobre la conversación que tuvimos
pero solo alcancé a decir “lo conseguimos” y ambos nos echamos a llorar durante
más de cinco minutos.
En fin, ésta es la historia que algún día tendré que recordar a
Álvaro cuando sea mayor y no se acuerde de haber vivido este momento histórico.
Esta es la historia del Córdoba Club de Fútbol, de sus gentes y de un
sentimiento que una vez unió a una gran familia de desconocidos que decidió
desde aquel momento llamarse Sangre Blanquiverde.
@Flandes1582
@Flandes1582
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